Libro blanco de la profesión docente (reflexión 7)

 El Libro Blanco de la Profesión Docente consiste en 86 páginas que explican lo que es, según la legislación, ser profesor. Fue encargado al filósofo José Antonio Marina por el Ministerio de Educación en el año 2015. En él se recogen hasta veinte propuestas que reflexionan sobre aspectos como la formación de esta profesión, los recursos económicos que han de destinarse a las escuelas, cómo deben ser los centros tanto a nivel personal como arquitectónico, etc.

Es interesante, sobre todo, porque incita a la reflexión personal. A mí me llamó la atención decimotercera propuesta, que ilustra sobre lo que es la Inspección educativa.

Marina afirma que esta institución debe tener dos niveles:

  1. Ayuda a la gestión de los centros.
  2. Ayuda a la formación docente.
La primera se centra en el cumplimiento de la legislación, lo cual, en la teoría puede resultar sencillo, pero en la práctica resulta un tanto complicado. Para empezar, normalmente se muestra especial interés en los miembros interinos del claustro y poco se centra la Inspección en observar que las aulas de los más veteranos funcionen correctamente. Una razón puede ser que estos suelen optar por una educación tradicional, de escasa praxis y cuya finalidad es la memorización del conocimiento. Tanto es así que podemos encontrarnos con un panorama en el que los docentes recién incorporados tienen una innovación mayor que aquellos que llevan ya un tiempo ejerciendo, en muchas ocasiones sin ningún tipo de interés en actualizarse.

Por otro lado, es un buen punto que los inspectores deban formarse. Sin embargo, no me termina de convencer el hecho de que haya que ejercer la docencia durante, al menos, seis años. Un ejemplo ilustrativo es el de los representantes universitarios en los órganos administrativos: no necesitan demasiada experiencia como estudiantes para poder entrar en esta institución y mandar sugerencias para posibles mejoras. Lo mismo, creo yo, debería suceder para acceder al puesto de inspector: considero obvia la necesidad de haber desempeñado el papel docente, pero también desorbitada la cifra de seis años.

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